viernes, 26 de septiembre de 2008

El valor de una mesa


He recordado innumerables veces, y debe ser por esta etapa de profundo cambio que vivo, los afamados e inolvidables afters en aquel apartamento de esa ciudad que solía habitar. Todo claro, después de un absoluto y arrollador divorcio que me dejo en condición de disfrutar un libertinaje que me encantaba.
Por el momento recuerdo uno, con mucha claridad, y gracias también a mis amigos que se encargan de recordar cada instante lo que esa noche sucedió. Después de una oficial noche de sábado, en un antro citadino, igualmente oficial era el after en casa de un servidor. Así las cosas, todo dispuesto para recibir el amanecer entre licor, tabaco, y besos regalados por aquí y allá, nos dirigimos al depa, así llamado por el colegiado homo.
Era una noche de enero y el frío era de aquellos que dejan que los vidrios lloren, y el alma se sofoque. A fin de cuentas, parece que el invernal clima de enero provoco que muchos invitados, y otros que no lo fueron, decidieran refugiarse en el calor, de algunas piernas, porque no asistieron. Estuvimos aquellos que gozamos la trasnochada, el platicar y reír sin mas que hacer que ver el amanecer.
En realidad era una noche sumamente agradable, el frió en verdad calaba hondo, estaba a punto de nevar, y con una sala decorada con multicolores luces navideñas, pues se apetecía estar tomando. Lo de las multicolores luces navideñas es un dato relevante en este relato, así que, sigo. Fue un grupo ecléctico, ninguno de los que habitualmente nos poníamos a socializar, la experiencia fue sumamente grata. El transcurrir de la noche y el calido clima interno nos llevo de la música electrónica, a pasar por Cher, y tocar grados como Sinatra y alguna que otra guarrada colombiana. Claro, acompañado de bebidas, cigarritos, y en su punto culminante el liberador de demonios, de color verde y olor característico.
Pero bueno, esto ya se alargo demasiado en explicaciones sobre como fue esa noche. La luz del día ya aclaraba las persianas de la sala, los ojos de cada uno de los asistentes reflejaban cada ves menos esa luz. El anfitrión entonces, su servilleta, decidió que era momento de apagar la hermosa decoración navideña dispuesta por todos lados. Pues ahí esta, que con todo el peso encima de unas cuantas horas de consumo de sustancias, me levanto para desconectar las multicolores luces, y mal por mi.
Supongo que olvide mis hermosas botas de tacón, o mis jeans largos, o no lo se, simplemente camine como un borracho, pero en dos paso caí sobre la mesa de la sala... bueno, no sobre toda, solo sobre una esquina. Suficiente fue para que toda la cristalería rodara por los suelos, y el anfitrión quedara atrapado entre vasos, ceniceros, colillas, una mesa y un sillón. Por supuesto, acompañado por la risa de toda la amable concurrencia.
Y aquí un punto que nunca les he podido entender... por que diablos gritaban "¡la mesa, se rompió la mesa!" si su anfitrión estaba hecho nudo abajo de ella, y sentía una pierna en el hombro (sin placer alguno) y el codo en el tobillo... repito, porque se preocupaban por la mesa bola de cabrones borrachos.
Pues al fin algún borracho atino moverse de su entumecimiento etílico, me ayudo a salir de la mesa, los vasos y las colillas. ¿Ya que podía hacer?, ya que mas, solo reír, y correr a todos de mi casa, ya que era evidente que la mesa carisima de Liverpool era mas importante que su amigo metido en aprietos. Solo dios sabe cuanto sufrí esa noche. Mi rodilla estaba inflamada, mi codo adolorido, y nadie paraba de reír, y de preocuparse por si el vidrio de la mesa aun estaba bien.
No obstante, los after siguieron, y cada ves uno mejor que el otro, ya hablare de alguna otra noche dark en ese lugar.

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